martes, 13 de diciembre de 2011

POEMAS CONTRA TI

PRIMER INSULTO

Demasiado Universo Colándose
Entre olivos encendidos
Demasiados disparos a quemarropa
Confundiéndose con sonrisas oscuras
De una estrella apenas somnolienta.

¡Qué más zigzag que aquellas manos
ardiendo de caos y próximas a la muerte misma!
¡qué más trémulo que espigas murmurando
un adiós de aplausos nebulares!,
como si los segundos de un beso
fueran las horas de un te amo en agonía,
como si la piel misma se arrancara de cuajo y temporales.

Demasiada ternura titilando
Pequeñas gotas de olvido.
Demasiado olvido para
Recordad que sólo instantes
Se quedarán mis labios en tus mundos
Llenos de indiferencia.

¿Acaso me vieron los astros
quedarme vacío cuando se me cayeron un ciento de lágrimas frías?

ARREBATOS

Me quedaré callado
Esperando luz de paños fríos.
Me quedaré boquiabierto,
Como cuando las estrellas se
Disfrazan de cáñamos azules,
Como cuando los relojes
Se amordazan unos a otros
Esperando el suicidio del tiempo astrolabio.

Me quedaré casi a hurtadillas
Escondiéndome de los insectos
Preguntando por la ternura que me quitas
Cuando te sabes celosa.

Me quedaré a la sombra
De tus pasos invisibles
Distante de las muecas y de las
Indiferencias.
Casi diría como un par de ojos
Jugando a ciegas.

Me preguntarás por los sucesos
Que se arrodillan frente a mis labios
Yo responderé callado
Como si muriera en este poema suicida

GROTEZCA

De poema en poema. Imperfecto verbo.
Irreal abecedario. Penoso Delito.
Me hallarás dormido.

De palabra en palabra
Lanzándome al vacío de los instantes
Me tendrás oscuro. Apenas un delirio.

De lágrima en lágrima
Se me caerán los sueños
Y sin idiomas ni continentes pergaminos,
Descalzo y desnudo de frágiles mundos
Seguiré callado,
Como en un principio de luces
Casi víctimas.

Y de mis labios resecos y heridos
Dibujaré un sol enamorado
Eso bastará, me diré en penumbras
Cuando al final del día me llores insensata
Luego que los espejos se confiesen
Detrás de un tragaluz que sólo dijo adiós.

REPUDIOS

Luna de harapos y otoños
Que vienes del dolor y de la soledad espeluznante
Que cantas despedida cuando
Nada se despide
Y que mueres de blanco

Cuando la noche te sonríe profana y ramera.
¿por qué delito me acusas,
qué odio te confunde?

Luna de pequeños imposibles.
Mujer de nebulosas y desdenes.
Volcanes que salivan poemas sin descanso
Y tristes envidias como si fueran rocío.
¿Por qué asesinas en tu lecho de egoístas espacios
Al que sólo te besa entre insomnios y lechuzas?

Por qué no te cansas de estar suspendida
Boca abajo de genitales purpurados
Y aprendes a renacer muriendo santurronas inocencias
¡qué te hizo el tiempo de quijotes alquimistas!
¡qué te hicieron los astros envenados y dantescos!
Que sólo amores finitos llenan tu cena de escalofríos!

Me dejas herido y tormenta. Lánguido y funesto
Casi un desconocido. Orillando años y olvido
Que por cada noche sádica y ebria
Me robas el alma por mitades
La mitad no tiene nombre
La otra ni siquiera sabe de tu engaño

EL DELITO

Permíteme escupir entre tus dedos más débiles.
Huir a campo abierto
Oliendo a luciérnagas empapadas de
Sexo.

Brujas y sahumerios.
Que por caricias hubo esquirlas
Terciopelo amargo.
El primer otoño de enredaderas.

Permíteme saltar entre nubes
Y entre carcajadas frías respirar
El erotismo de tus pechos moribundos
Porque estoy hastiado de tus caricias amapolas

Y los rezos de los álamos oscuros
Que predicaban tu aroma en
Mis últimos regazos.

Permíteme morir en el cáliz de los planetas menores.
El susurro perfecto del silencio senil.
Las palabras desnudas. Los verbos callados.
La tosca noche. Los energúmenos faroles a distancia.
La mirada enamorada de los viejos tranvías submarinos.
Ese olor a ti pestilente, quizás asesino
y las ganas de no estar amarrado.

A tus fugas y nevazones
Como si fuera un títere en tus orgasmos
o un pequeño bostezo entre dientes.


REMORDIMIENTO

Se me perdieron mis almas
Tal vez y sólo tal vez preguntaré por ellas
Al tiempo mismo a la vergüenza.

No sé cómo ni cuándo, ni dónde
Lo único cierto son las penas
Que dejaron mis propios idiomas
Y mis temores ajenos

Se me perdieron a medianoche
Entre insultos y golpes de viento
Ni los búhos supieron, menos el frío
pésimo de mis lenguas y enojos
De veras que tuve miedo
Y de tanto llorar entre malezas y rendijas
También se me perdieron las ganas
de saberme vivo entre relojes y piel.

Han pasado poemas, astros y esos
Nada he sabido de estas almas temblorosas
Ni siquiera un faro de luz perdida
Ni siquiera la vergüenza de un ladrón
Arrepentido

Nada de nada... casi un crimen
Casi una pesadilla
O casi una muerte sin vida

LA PESADILLA

Casi despierto y colgado de un reloj sombrío
Casi a orillas de la nada misma
Y de los instantes robados al insomnio.

Me detengo impaciente y ombligo
Entre vidas entre muertes
Entre poemas
Que destilan sus propias epifanías

Casi noctuno. Casi paradigma
E desnudo tiznado y silencio
Oliendo a tristeza a invierno
Y de reojo se me cuelan mis conflictos.

Se me hicieron pocas las horas colgado
Se me hicieron cenizas y pequeños respiros
Casi despierto. Casi dormido
Casi a orillas de la nada misma.

LA CULPA

Fui culpable de amarrar almas
A lo invisible de los ojos
Fui culpable de sonreír entre cardos
Y pequeños asesinos,

Quizás pequé de irreal entre irreales
Acaso insomnio cuando el oxígeno
Se moría con el respiro

Culpable de amar entre enemigos
Y callosas manos de papel
Tan culpable como náufragos besos
Que se incendiaron lágrimas abajo.

Tan culpable como un suicidio de ternura
Arrimándose de frío
Transversal a tus ojos verdugos.
Y Tan perdido como para escribir
Estos poemas en tu contra
Sin remordimiento alguno

EL ADIOS

Me enseñaron a morir los horizontes
Y las brújulas quemadas de tanto espiro
Y me quedé sin respiro y la nada de saliva
Que mojó un invierno boca adentro.

Me enseñaron a morir los espantapájaros
Perplejos relojes de cuánticos bailes
A hurtadillas como pensamiento de soles
de cuarzo

No tuve miedo, quizás envidia
El mismo de mi anterior simetría
El que sopla en tu pésimo oído
Cuando te mueres con mis delitos

FÚNEBRE

Hubo la misma tardanza ácida
Y la misma fúnebre tentación,
De morir cabizbajo y con las células abiertas

Hubo el mismo olor a vacío y la misma lágrima
Desplomándose semidesnuda
Nadie dijo que sería fácil
Ni menos que tu desmembrada compañía

Fuera un oasis de caricias tibias.
Al menos me debes eso, mujer de la tempestad ciega,
Me debes tu libertad y mi suicidio

EL ADIÓS DE LOS PECES

Permíteme morir descalzo y sin ruido.
Permíteme mi última lágrima piadosa.
Un adiós de consteladas razones que simplemente murieron
Inocentes en un atardecer de ironías amargas y tristes.
Permíteme sobrevivir a tu amor tan gris como un beso disparado de indiferencia.

Permíteme la paz de los poemas que jamás te regalé
O el silencio de tu boca o la humedad de mis sueños que todavía agonizan en las veredas de una vida inconclusa.

Permíteme ser el más pequeño de los peces
de una inmensidad llena de corales acurrucados y salobres.
Y naufragar en tus propias caricias sin más destino
que el haberme equivocado tanto.
Tanto, como para haberte amado lo suficiente
en una única vida.

lunes, 12 de diciembre de 2011

BREVES POEMAS DE AMOR

I
Me detendré un instante a orillas de tus labios. Y no interrumpiré. Me detendré a oler esos besos que salpicas, como eternidad salpican las estrellas fundiéndose en esos ojos tuyos que jamás conoceré.

Me detendré tan sólo una vida. Un respiro si quieres. Una distancia, acaso nuestro propio anonimato. Y por cada madrugada y por cada anochecer, en esos mismos labios, dejaré mi alma encendida. Y cuando beses, sentiré esos besos como míos, en el silencio de mis pequeñas lágrimas de mundos y temporales.

Me detendré, como se detiene un poema ante su propia soledad, como se detienen la vidas para amarse un infinito entero, como se detiene el único rocío en la piel de su única flor, y ahí me quedaré sin interrumpir, fundiéndome a orillas de esos labios tuyos que jamás besaré.

II
Te contaré una historia que quizás nunca fue historia.
Una en donde danzaron luciérnagas pintando el barullo de los silencios más tristes,
Una que nos hizo pertenecernos hasta lo infinito. Una en donde ni siquiera regañaban los espacios vacíos y cada uno de nuestros besos paría más besos alrededor. Una historia que nunca fue historia. Como haber dado tanto y no haber dado nunca. ¿Entiendes esa historia?

Una historia que habla de infinitos viajes buscándote en la memoria y en los tiempos. De lo amable del invierno que me toca y de lo indiferente de cada primavera que se aproxima. Historia que habla de lo escaso de mi respiro cuando me faltas. Cosa extraña, ya que nunca te he tenido.

Porque se me caen tus ojos y se me cae la geografía que un día te regalé, sin verte, en los míos.
Se me caen las noches. Una tras otra y ni siquiera sé cómo sobrevivo.
Se me caen los pétalos de sacarte de mis sueños y también se me caen mis propias lágrimas, esas que un día dije que jamás caerían como fantasmas grises o como esta historia que se me cae siempre a medianoche.

Me sé amándote, pero también me sé perdido.
Me sé un beso tuyo y también me sé un adiós tardío.
Me sé un pequeño sueño y me sé, un pequeño espacio entre nuestras vidas. Vidas que jamás se fundirán almas y cuerpos adentro, en un eterno orgasmo de pasiones y estrellas.
Me sé el viento mismo y me sé la soledad de la brisa más pequeña.
Me sé un corazón latiendo en ebullición y me sé uno que muere cada noche sin latidos.
Porque me sé una historia nuestra y también me sé una que nunca hemos vivido o quizás siempre hemos perdido. 

III
Qué podría esperar, si en ti puse toda mi vida y toda mi muerte.
Qué podría respirar, si te di todo mi aire y todas mis ganas de existir.
Qué podría soñar, si te has llevado hasta mis hadas y mis tesoros escondidos, y qué decir de mis infinitas caricias que levantaron mundos alrededor de tu mágica piel.

Qué podría sobrevivir, si hasta el tiempo primero se llevó mis pulsos y mis latidos.
Qué podría sonreír, si te di hasta las migajas de mi risa y los mendrugos de mi propia paradoja.  
Y ¡qué podría llorar, si me he quedado hasta sin lágrimas!
Todas las repartí contigo y cada noche avergonzada tiene una y cada instante de fracasos también.

Porque ahora ni siquiera te puedo llorar.
Ni siquiera te puedo soltar amarga y extraviada ojos abajo.
Pedazos de dolor deslizándose hacia el olvido.
Cayendo titilantes de frío.
Amantes abandonadas.
Ternura que me despoja de la única espera, del único respiro y del único sueño que una vez amé entre júbilos y delirios.

Ves… Qué podría esperar, entonces, si me has robado mi fe de amar.  
Una brevedad enamorada del destino. Una brevedad equivocada.
Un corazón que nació de la nada y sin embargo, empezó a morir contigo.

domingo, 27 de noviembre de 2011

EL NIÑO (CUENTO)

Te quedarás esta noche a dormir conmigo, preguntó un niño apenas vigílico a mitad de la medianoche. Y aquella silueta que debía responderle, no lo hizo.  Y al instante sus ojos titilaban amargos de tristeza, como si de pronto una llovizna de melancolía se los incendiara  Hubiera preferido el silencio de esa luna tan salpicada de menguantes que se colaba por las rendijas de su lúcido tragaluz. Y la noche otra vez lo amarraba al sueño. Y volvía a dormir. 

O quizás hasta la misma brisa helada, que galopaba entre los abrigados árboles invernales afuera, le hubiera respondido sino se hubiera quedado dormido, pero hubiera sido otra historia que contar.

Una pregunta y un silencio de respuesta. Parecía que el mismo rechinar de la vieja madera de su cuarto respondía más nítidamente. Ni siquiera la pequeña flama de una gastada candela mostraba una piadosa luz  Y que cada noche, casi a si misma, se apagaba.

Y tanto era la tibieza del muchacho mientras dormía que muchas veces apenas se despertaba, entonces, él veía una silueta o lo que apenas sus ojos semiabiertos le mostraban y preguntaba... ¿Te quedarás esta noche a dormir conmigo?. Y esa silueta nunca le respondía.

En un amanecer como tantos, su abuela, le llevó a la misma hora el desayuno

Buenos días muchacho mío, dijo la mujer
Hola abuela, le respondió el muchacho, sentándose en la cama para recibir su desayuno…

¿Adivina con quién soñé?, le dijo muy contento el niño…pero antes de que le respondiera su abuela… replicó..¡Soñé con mamá!…fue hermoso… y me llevó a jugar a la nieve…...la extraño mucho sabes, le señaló, aunque a veces me olvido de ella… Volvió a interrumpirse a sí mismo, pero está vez, era tanta su hambre, que prefirió empezar a comer esa deliciosa hogaza de pan que acompañaba su desayuno, que seguir hablando de esa fugaz alegría.

Ella simplemente asintió con la mirada y una leve sonrisa.
Hoy si quieres vamos los dos a jugar a la nieve, le consintió la mujer…y el muchacho sonrío tanto, como el hambre que tenía devorándose aquel sabroso sándwich.

La mujer, se acercó al pequeño mientras masticaba,  y le regaló el beso más hermoso que se le puede dar a un niño. Aquel de una madre que desde siempre ha sido sustituta.

QUIERO VERTE (CUENTO)

Quiero verte, murmuró una frágil voz sumergida en lo más profundo del alma. Déjame acariciar tu rostro, aunque sea sólo por un instante, volvió a insistir.

 De veras que no me importa nada más que verte, tocarte, sentir tu vida. ni siquiera pienso si eres blanca o si eres morena o si eres una ilusión de vida o una ilusión de muerte. O si vivo tanto como una estrella o si muero tanto como una cerilla.  

 De veras que no importa quién sea mi padre, o mis abuelos o mis hermanos… sólo quiero que me dejes sentirte. Es tan pequeño y solitario este mundo y tan grande el que hay afuera contigo… déjame tocar tu rostro, por favor, déjame saber quién eres, saber por qué te amo tanto si ni siquiera sé tu nombre, o de dónde eres o que vida has tenido, volvió a decir esa tenue y profunda voz.

Yo desearía tanto verte, mi pequeño, pero nunca podré verte. No tengo el dinero suficiente, ni la valentía para estar tanto tiempo contigo, pensó en voz alta una muchacha a lo lejos.

Luego, esa pequeñita voz se quedó callada para siempre en un vientre frío, en una oscura habitación de mala muerte, donde sólo los egoístas pagan para no ver el sol.

¿QUIÉN AMA DE VERDAD? ( CUENTO)

¿Quién ama de verdad?, preguntó el destino. Yo, respondió la ilusión. Pero, no eres tú, replicó el destino…Tú sólo sueñas, yo busco a quién ama de verdad, le explicó nuevamente el destino

Luego alzó la voz el orgullo: creo ser yo el que ama de verdad. No. le respondió el destino, tú no amas. Tú sólo esperas a que te amen. Y también creyó ser el tiempo el que amaba de verdad y dijo:

Yo creo ser el que ama de verdad, puesto que en algún instante el amor llega. Soy dueño de los instantes y la felicidad es un instante, ¿o no?, concluyó el tiempo.

Pues no eres tú, tiempo, quien ama de verdad, pues no te detienes ni siquiera para recordar a quien amaste. Ni la ilusión ni el orgullo tampoco aman de verdad. ¿Nadie ama, de entre ustedes, de verdad?, volvió a preguntar el destino.

De pronto, una pequeña voz dijo: Yo ya dejé de amar, así que no creo ser yo el que ama de verdad. Pues tú eres, quien ama de verdad, le señaló el destino y agregó, porque eres capaz de sufrir, la ilusión no sufre ni el tiempo ni el orgullo. Eres capaz de pedir perdón. Eres capaz de volver a empezar, aunque dejes de amar, eres capaz de no tener orgullo, de no tener ilusión ni tiempo siquiera. Tú eres el que ama de verdad, pues de ti nace la ilusión, hasta el orgullo nace y el tiempo mismo, ciertamente, concluyo el destino. Pues por algo te llamas corazón y yo por algo me llamo destino.

POEMAS PARA UN HOMICIDIO II

V


Si pudiera cambiar todo, cambiaría todo... cambiaría las estrellas y las pondría debajo de mi almohada. Y cambiara ese tiempo que me perdí de ti. Si pudiera cambiar hasta lo que respiro, ya no respiraría y me quedaría con el olor a tu piel húmeda amarrándose hasta el infinito a mi piel tan desierta. Me quedaría con cada uno de mis dedos envolviéndose con tus dedos. Con ojos apenas despiertos a mitad de una ciega madrugada.


Cambiaría mil noches por una noche. Poemas por un te amo.


Si pudiera cambiar todo, cambiaría tus respiros para hacerlos más lentos, así los disfrutaría uno a uno hasta que ni la muerte pudiera respirar. 


Cambiaría los horarios y los relojes de pared. Cambiaría lágrimas por sonrisas, espejos por miradas y cambiaría tiempo por humanidad.


Si pudiera, mujer de mis insomnios, cambiaría cada uno de los caminos donde he naufragado. Cada uno de los océanos que me han visto navegar a ninguna parte. Cambiaría las tempestades y los vientos. La misma aurora boreal y la misma melancolía, cambiaría.

Me quedaría con el único calor que no hace fría mi cama, con la única sangre que amanece primavera en mis venas, con la única mujer que he amado tanto con todo este silencio que llevo a cuestas.. Y que ni siquiera sé como es, pero está ahí. Debajo de mi almohada.


Cambiaría todo incluso sería amigo de las luciérnagas para que alumbrasen tu llegada algún día. Sería amigo de mis propios versos, esos que me asesinan cuando los escribo. Y hasta mis propios miedos llegarían a ser felices conmigo. Abriría los idiomas  y todos los fonemas te llamarían.


Sabes, mujer del barlovento, pese a todo, estoy intentando salvar este sueño de ser sin ti. Quizás en escombros de ternura. Quizás, esta vez asesinándome yo mismo a cada instante y procurando que ni mi sombra me vea. Ni siquiera sabiendo que ojos tengo o cuándo llueve en ellos.


Cambiaría tanto, mujer… Cambiaría planetas enteros, nebulosas más allá de la imaginación y me sentaría en las faldas de lunas increíbles para llamarte en cada rincón de la palabra te necesito.


Si pudiera cambiar todo, cambiaría todo... cambiaría las estrellas y las pondría debajo de mi almohada. Porque debajo de mi almohada, estás tú y es donde también mueren mis sueños cada noche. Y cambiara ese tiempo que me perdí de ti. Que es el mismo tiempo que ahora me olvida.


VI


Hoy…hoy no diré nada del amor. Porque el amor no necesita palabras. No necesita labios porque es más que un par labios esperando besar. Es más que los instantes y versos que voy juntando a orillas del tiempo, como un poeta que junta lunas en sus nigromantes pupilas.


El amor no necesita siquiera caricias, pero por Dios que hacen falta. Pero hay veces que hasta yo me hago falta. El amor fluye. Viene y va como el viento. Es tan invisible, que ni siquiera se ve a sí mismo. Y no necesita palabras, ciertamente, porque se desparrama más allá de los idiomas y de los abecedarios. Ni siquiera es primavera porque florece y es capaz de morir en tantas hojas como el más otoño de los otoños. Y así como se acerca y llega a quemar como un verano lleno de pasión, así se aleja, pareciendo el más frío e indiferente de los inviernos.


Oh el amor, tan alocado y tan sereno. Tan valiente y tan cobarde a la vez. Todos le llaman y a todos los toca. Y cuando se va, es cuando más lo sentimos. Porque es lógico y es absurdo. Es real y es mágico. Es hombre y es mujer. Es viejo y es también joven. Es alimento y es hambre. Es agua, y es la sequía más intensa de todas.


Es la más grande verdad y la mayor mentira del mundo. Es la sonrisa vistiendo de lágrimas y es la tristeza vestida de alegría a la vez. Es como mil memorias y es como mil olvidos. Es lo que nos hace perfectos y también lo que nos hace más imperfectos. Es la cercanía de un beso o simplemente es la distancia de un recuerdo.


Ves, dije que no escribiría nada del amor, y no ha sido así. Te he engañado, pero tú me has engañado siempre. No te debo nada y no me debes nada.


VII


Debería de haber muerto al principio de todas las cosas.
Debería de haber sido más que la lluvia que siempre moja o más que el aire que siempre respiro, o más que manos que siempre hurguetearon en fantasmas noches por la más mínima caricia. Debería de haber sido menos de lo que pensaba y más de lo que amaba.


Debería de haberme quedado más en las plazas y también debería haberme subido al árbol más grande de aquella plaza.


Debería de haber sido más amigo de mis amigos. Y menos ausente. Más loco, más quijote, más beso que un beso. Más mirada que ojos y más ruido que oído. Debería.


Debería de haber tenido más palabras que números y más idioma que lengua. Y más poemas para regalar. Porque me quedé con más almas de las que puedo sostener. Debería de haber dicho te amo, pero también debí haberme disculpado.


Debería de haber extrañado más. No saberme tan solo. Saberme vivo. Debería de haber abierto más ventanas y haber visto más de cerca al sol o quizás a esas encumbrdas estrellas. Debí de haber naufragado más en la lluvia o haber sido el más pájaro de los pájaros zozobrando en los aires misteriosos de tu olor o de haber tenido manos delicadas que te hubieran sentido toda esa eternidad que llevas dentro.


Debería de haber hacer tantas cosas y no las hice. Por eso debería de haber muerto al principio de todas las cosas. Porque así al menos no hubiera debido tanto a una vida que ya me desconoce y que ya se me está yendo hasta de la memoria misma.


VIII


Desearía no estar y estar. Estar cuando regreses del anonimato y del suicidio. Cuando sienta tu abrazo y tu calor de soles intensos. Más no quiero estar cuando me empape tu olvido tampoco, cuando de mis ojos lluevan nostalgias y el adiós que se me cae del alma incluso ahora mismo.


Desearía no estar en los días y estar en las noches colgado como un infinito de besos que te llaman y dejar una humedad de siglos en tus labios.
Desearía no estar en la penumbra de tus manos y estar en la luz de tus caricias.
No estar en el dolor de vivir ausente y estar en la sonrisa que le robé a tu corazón un día. 
No estar cuando me sé perdido y estar cuando me encuentro a orillas de tus mejillas bajando hacia la eternidad de tu piel encendida.


Desearía estar en tus ojos o simplemente ser el verso que viaja a lo más hondo de tu oído dormido, porque ya no quiero estar cuando tú no estés.
No quiero despedirme del viento sin siquiera sentir una muerte que ya sé mía. Ni de los astros ni de la brisa de tu cuerpo, quiero despedirme, porque todo se hace invisible. Desearía no estar y estar.


Estar en tu cuerpo y no estar.
Estar en silencio de tu mirada y no en el bullicio de los cándidos edificios
Estar en vuelo con los afectos y no estar con las indiferencias
Estar y no estar, como un sueño que se despertó de su propio sueño, tiempo atrás.

POEMAS PARA UN HOMICIDIO I

I


Dónde queda el arco iris, me pregunto o dónde queda la comisura de tus labios.
O dónde queda esa piel tuya que me quitas cada anochecer cuando no te encuentro junto a mí.
Dónde queda, me pregunto el agua para beber la sed de esas vidas tuyas que me pertenecen.


Y dónde quedan las estrellas, porque quiero esconderme, quiero encaramarme a lo más luminoso y morir en una noche cualquiera. Cualquier noche me sirve.


Dónde queda ese tiempo sordo, ese que se me viene encima con espacios vacíos y palabras dormidas al viento. Dime dónde, porque la paz de mis manos está causando demasiados temblores y mi alma se está viniendo mejillas abajo y la verdad ya ni siquiera me hablo a mi mismo como para detener tamaño homicidio.


Dónde queda, mujer, esa primera lágrima tuya y en dónde queda la postrera mía. En dónde se quedó nuestro amor y en dónde me he quedado sin ti..


II


Permíteme sonreír cuando todas las sonrisas se hayan ido.
Permíteme la alegría del arco iris dibujado en mis pupilas.
Permíteme decirle adiós a mis penas y abrazar lo tibio de tus caricias.
Permíteme soñar contigo, cada noche, cada estrella, cada universo, cada oscuridad, sentir y amar lo que tanto he amado. Amanecer lo que tanto he anochecido.
Permíteme vivir lo que tanto he muerto y morir lo que tanto he vivido. Sé mi luz y mi oscuridad al unísono, como un verbo único resucitando entre los escombros de mi vida..


Permíteme un beso a medianoche en todas mis lunas. Permíteme sangrar de amor.
Permíteme dejar abierta la puerta de mi alma para que tengas siempre un regazo inconfundible.
Permíteme, entonces respirar tu respiro, amar lo que amas, caminar lo que caminas, sentir lo que miras, lo que tocas, lo que sueñas, lo que te hace distante y lo que te hace mía. Estés donde estés. Lo que mueres y lo que vives porque muero y vivo contigo.

Permíteme desaparecer contigo. Hacerme el más invisible y el más callado de tus aromas. Hacerme una loca geografía sólo para tus ojos. Dibujar penínsulas con tu piel y crear continentes amarrados con el fuego de tu último beso o permíteme abrir esos espacios vacíos, el anochecer primero, como una pléyade de besos arrinconados y amorosos, todos sembrados en tu boca y en la mía. Permíteme danzar entre limbos maravillosos de poemas que todavía cultivo en este corazón tan invierno que tengo, como el más paciente de los jardineros.


Por eso permíteme sangrar poesía, sangrar por estas distancias y cercanías que nos separan y nos acercan, porque mis venas están llenas de ti. Porque es el tiempo nuestro verdugo casual. Nuestra pequeña muerte de lágrimas vestida.  


III


Qué haré si despierto muerto después de morir o si despierto sin ti, aunque seas una ilusión. Qué haré, si entre tanto arco iris o bicicletas de neón ni siquiera puedo verte como veo al sol o como veo mis simples manos cuando te buscan hasta en los reflejos.


Qué daría yo por contemplar tu asomo entre tanto carnaval y tanto disfraz. Ni siquiera pido tu cariño en primavera ni siquiera un beso a la distancia y a quemarropa, porque hasta se me caen los besos de mis labios fríos.


Qué haré si nunca llegas, si nunca siento tu respiro, tu boca húmeda o tu andar de estrellas o el calor de tu ternura porque te he aguardado vidas y muertes enteras.. Qué haré si no hay más amanecer que un sueño acurrucado debajo de mi almohada. Y si ningún pájaro canta un amor como el que te regalo en cada uno de mis suicidios.  


O si la lluvia que pinta de cristales la soledad misma no me moja de tu piel, de tus verbos haciendo el amor en la umbra de los planetas, detrás de los paraísos y de los poemas invisibles.


Qué haré con los pedazos de vidas que nunca pude juntar, con los sueños y con esas estrellas todas distantes a las que les dejé tu olor de imposibles. Qué haré cada noche, cada lágrima, cada universo que inventé. Cada pedazo de alma. No puedo escapar y esa es mi verdad a fin de cuentas.


Qué haré sino mirar cómo desaparezco entre flores que quise mías. Sólo puedo decir adiós. Un adiós a la distancia, a las ilusiones que se desmoronan entre lágrimas y espejos. Sólo sé decir que amo cada flor en tu sonrisa, cada pedazo de mundo que asomaba en tus infinitos ojos míos, cada soledad. OH, maldito amor, cómo dueles hasta la muerte misma. Maldito de ternura, de besos que se fueron callados sin preguntar al menos a qué hora yo moriría.


OH qué haré si de todas las vidas que tengo ni siquiera me queda la tuya. Qué haré si despierto muerto después de morir. O si no hay vida sin ti.


IV


De entre las sombras de un beso antiguo me quedaré a sembrar cenizas. Un amor que simplemente se me ha perdido entre los escombros de tantas vidas o entre las migajas a las espaldas del arco iris.


Me quedaré como se queda un reflejo, como se queda un te amo en la comisura de los labios, como se queda el frío de una soledad premeditada. Porque sembraré en ti hasta el cansancio de las estrellas, hasta la rebelión de la ternura, hasta el suicidio de mis ganas de universos colgándose en la umbra de las caricias que te guardo.

Y recordaré cada momento, cada instante porque de eso he vivido y de eso estoy muriendo como colgajo de inútiles poemas escritos a sabiendas de un millón de lágrimas perdidas. A sabiendas que ni siquiera me espera el silencio de tu voz tan mía.


Me quedaré cerca de tus odios y tus próximos arrebatos. Me quedaré en tus manos frías o en ese invierno tuyo lleno de soles encerrados. En las orillas de tus ojos por si se te escapa algún bosquejo de nuestro amor invisible.


Y estaré muerto en esos espacios negros que sólo la tristeza conoce y que guardas en ese corazón tuyo que ya no quiere amar. Y estaré muerto como un niño, hasta que tus ojos regresen a mis ojos. Por eso te escribo para que no me dejes morir entre manos que se hacen frías cada vida, entre sonrisas que han olvidado sonreír.

LAS CUATRO ESTACIONES (CUENTO)


Y se juntaron aquella vez las cuatro estaciones. La primavera llegó vistiendo flores y pequeñas capullos de ángeles bordados y saludando a todos, y sonriendo se sentó al lado del siempre problemático otoño. Luego asomó entre relámpagos y migajas de nieve, el invierno. De ojos fríos y de manos llenas de infinitas estalactitas.. A nadie saludó. Simplemente se sentó.

Y mostrándose vanidoso y lleno de sudor y con un sol intenso que le colgaba de sus cabellos, apareció el verano y sentóse al lado de la primavera. Y Tampoco dijo nada.

Tengo un reclamo que hacerte, primavera, acusó el otoño,

Infinitos jardines florecen, los árboles vacíos se incendian de vivas metáforas de arco iris y todo reverdece alrededor tuyo cuando llegas. Y traes también, esperanza después del adiós de mi amigo, el señor de la soledad y de las heladas, indicó muy convencido el otoño, pero a los hombres los engañas. Les das una fe que entristece, que no tiene valor ni sentido, porque, luego llega tu amigo el verano y tan holgazán que, simplemente ni se preocupa de tus jardines y de tus flores. Y es tanta su apatía que incluso me cede su lugar. Entonces, aparezco para arrancarle el corazón a cada flor y a cada hoja. Y todo tu verde y colores simplemente se lo llevan mis hijas ventiscas Y toda la naturaleza queda otra vez vacía y llena de pena, sentenció el otoñó más luego agregó con más ímpetu. Y qué decir cuando nuevamente regresa mi leal amigo el invierno…

¡Qué fe es esa, entonces, que regalas, primavera!¡Detén tamaño engaño!, exclamó furibundo finalmente el otoño.

Un poco incómodo, el verano sólo secaba su frente del sudor intenso que manaba e inquieto una y otra vez se reacomodaba en su silla preferida. Nada decía, sólo se abanicaba y a cada rato bostezaba. Nada le preocupaba. Su incomodad fue tanta que se levantó y optó por marcharse.

Un poco contrariado se levantó de su asiento, entonces, el invierno, violento como de costumbre y vociferando fuertes lluvias de agua gélida. Nada supo de reclamos ni de respuestas. Siempre traía sus oídos tapados con nieve de la más dura y de la más eterna. Y sencillamente se fue, como el verano.

Otoño, otoño, has dejado irse a tu amigo el invierno, musitó la primavera.
Así también has dejado tú a tu amigo el verano, le respondió de inmediato el otoño.

Pero mi amigo no trae soledad, más bien trae relajo, le respondió la gentil primavera.
¡No me cambies el asunto, primavera,! volvió a inquirir el otoño, ¡y respóndeme!, ¡por qué engañas tanto a la naturaleza y a los hombres!, muy enérgico clamó nuevamente, el otoño.

Yo no engaño, otoño. Mi fe es la fe de volver a empezar. Que maravillosa es la vida cuando después que las flores se han ido sueñen regresar. Y regresan, más fuertes que ayer. Así como la sonrisa de quienes han dormido pacientes todo tu viento y quejumbre, y toda la frialdad de tu amigo el invierno. La fe de empezar cuantas veces sea necesario ese es el valor de mi vida. Así es y será siempre, le dijo la primavera.

Finalmente, el otoño, no entendiendo nada se levantó de su asiento y salió enojado y soplando quejas y más quejas. Y botando cuanta flor y hoja se le interpusiera en su camino.

Hay quienes son invierno, porque solo saben de soledad y de frío. Y ni siquiera se tienen a sí mismos. Esos inviernos han dejado de sentir.

Hay otros que semejan verano, y sudan y sudan sin sueño alguno. Ellos existen mas no viven. Existen porque así deben vivir, sin cuestionar nada y aceptándolo todo y siempre escapando de todo. Y no miran nada. Esos veranos han dejado de mirar.

Y los hay también quienes siempre se quejan soplando y soplando y es tanto su viento que ni siquiera escuchan latir su propio corazón. Y destruyen todo a su paso. Y son grises. Esos otoños han dejado de escuchar.

Pero hay personas como tú, que se parecen a la primavera. Que sienten el vuelo de los pájaros, el romance de las olas y el coral. Que sienten incluso a los árboles sonreírle a la brisa o a las flores cuando las amamanta el rocío. Y que miran…miran la dulzura de las nubes conjugándose con la geografía. Miran el obsequio del oxigeno, miran a los niños jugando en las plazas, y entre chocolates y pequeñas risas, llenan el alma de alegría.

Y también, esa primavera, escucha. Escucha la danza de las almas brincando entre jardines y esperanzas. Escucha el amor que viene. Escucha la vida que brota y también la que se despide, como esta historia que has leído, por ejemplo.

sábado, 26 de noviembre de 2011

LA ÚLTIMA FLOR (CUENTO)

Y de improviso exclamó furioso el viento…¡Qué haces aquí, todavía!¡ Acaso no sabes que vengo en nombre del otoño y que soplaré!. Y la última flor del jardín le respondió:

Estoy esperando a mis ojos…¡muy pronto asomarán!

¿De qué ojos me hablas, volvió a decir el fuerte ventarrón…Hablo, le respondió la flor, de aquellos ojos que tendrá quién pueda amarme y llevar mi ternura en ellos. Hablo de aquellos ojos que vendrán enamorados para mí. Donde hallaré mi propio jardín.

Pero, cuando sople, morirás, si no llegan esos ojos tuyos que llamas, sentenció el viento. Qué sentido tiene morir sola..¡Y si nunca asoman esos ojos que sueñas!¡Qué pérdida de tiempo!, repuso finalmente.

Apunto de desfallecer, la flor le dijo al viento: “Quizás nunca asomen esos ojos, pero, algo me dice que algún día sabrá que le he esperado toda mi vida. Y no moriré sola porque me llevaré este amor inmenso que llevo en mis pétalos, amigo viento. Sé que en el jardín del universo siempre estaré para esos ojos que esperé un día. Porque he nacido para ellos. Luego la flor, musitó en voz baja... tengo mucho frío...

Y esa tarde y esa noche el viento no sopló. Sin embargo, el jardín, esa mañana, se había quedado sin su última flor.

MI PROPIA TERNURA III

IX

Y ya ves…cada día tiene sol y tiene una sonrisa y cada cerrar de ojos tiene la fe de los volantines jugando a encumbrarse, a los colores embriagándose de cielo. ¡El mismo suspiro de los  pájaros salpicando libertad y la fe del respiro! Ya ves…toda una primavera de amantes desconocidos colgados a la eternidad, amantes vivos, como tus ojos que me regala mi propio corazón cada amanecer. 

Pues, ya ves… me sé uno contigo, desnudo y asomado a los vientos últimos del amor, aunque acabe al día. Y aunque jamás hallemos nuestras miradas tejiendo una mortal eternidad, aunque nunca tu beso y el mío sea nuestro, bajo el mismo sol o bajo la misma sonrisa.

X

¡Déjame regalarte un único beso que he guardado a través de los tiempos!
Déjame darte la humedad de mis ganas, el polen de mis acertijos y la fe de sentirte mía.
Déjame esculpir el alma y esas caricias de celosas noches enredadas.
Déjame la luz de tus ojos encendidos, como faros en medianoche y la sed de salpicarme con tus caricias. Déjame vivo entre esos laberintos de tu piel tan mía. Déjame amarte como un intruso y un desconocido. Uno que muere a través de los tiempos y de la melancolía misma. Déjame sentir aquellos cuerpos fundiéndose de mundos y de cielos manando una pléyade de mariposas en orgasmo.  ¡Déjame herirme de ti y saciar mi ternura de siglos, contigo, mujer de aquel único beso que te he guardado. 

XI

De las lágrimas que han sumado piedras y caminos en esta vida de
Instantes y lloviznas, me quedo con ese tiempo que nos dimos, con esa sed que quitaron nuestros labios atrincherados en un beso que jamás se repetirá.
.
Me quedo con nuestras idas y venidas a las tentaciones. A la paz de confundirnos entre sábanas pegadas a la piel de aprendices enamorados.
Me quedo con el delito de amarte y el suicidio de perderte.

También me quedo con los respiros que han sumado ahogos y temporales en ese pequeño intento de mundo que entonces fundamos. Y qué decir de estas manos, tuyas y mías que ahora se guarecen de la soledad de las edades tanteando una piel ya extinta, porque siempre me quedaré con esas manos tuyas y esas manos mías matándose de cariños locos a orillas de la imperfección.

Y qué decir acaso, de aquellos enredos y desenredos de almas, lanzadas a sobrevivir a la intemperie de los romances, fugaces y tenues, como retazos de fantasmas mendigando ternura. Por eso me quedo con la suspicacia de inventarte cada noche. De hasta sonreírle al aire mismo. A los vacíos, que una vez entibiamos con nuestras lágrimas.

Me quedo con la algarabía de los relojes aplaudiendo el trasnoche de mis asustados insomnios.
Me quedo con mis propios equilibrios que más bien parecen delirios.
Me quedo con tu voz que aunque me niego, por cada lumbrera del cielo se hace más vacía.
Me quedo incluso con el esplín  de no volver jamás a sentir nuestros cuerpos en guerra Una guerra perfecta y nuestra. Entonces, me quedo con esas piedras y con esos caminos. Me quedo con el haber amado tanto sin haber pedido nada.

XII

No hacen falta tantas palabras…sé que estoy muriendo y sé que extraño tanto tus besos, tu voz acaso, tu compañía o lo que yo creí un sueño, un día. O una primavera que pensé, jamás moriría. Un te amo de aves libres e intensas. Almas pequeñas, acaso vidas que se ha ido tan lejos de nuestros únicos respiros.

Porque cuando no estás, simplemente invento todo a mi alrededor.
Invento la ternura, que ya nunca más llegará.
Invento hasta los espacios llenos cuando son sólo espacios vacíos.
Invento sonrisas donde sólo hay lágrimas pesadas.
Invento cordilleras para ver nacer un sol que se niega a salir.
Invento compañía, como el mar que inventa la inmensidad, para no sentir el abandono de los continentes.
Invento respirar, porque me falta respiro,
Invento hablar, pero me faltan las palabras. Se me olvida hasta el idioma mismo y los propios acertijos de mi corazón.
Y de tanta tristeza, me falta vida para llorar. Me faltas tú.

Porque invento felicidad donde sólo hay lágrimas.
Invento hasta la ternura que me falta.
Invento noches que te abrazo y ni siquiera me abrazo.
Invento estrellas, acaso futuros y conformidades y ni siquiera miro al cielo.
Invento mis veredas y mis rincones donde no hay calles.
Invento mis tiempos y los lleno tanto que noto mis vacíos.

No hacen falta palabras, porque nada soy en soledad. Sólo soy el más pequeño invento. Ese instante de alegría que permanecerá lo que dure mi propia noche si ti.

XIII

Tantas veces nos llamaron besos. Y no parecíamos siquiera
Tantas veces nos amarraron cuerpos Y tampoco lo parecíamos 
Tantas veces nuestro mejor incendio era uno a quemarropa hasta ser silencio y ceniza.
Distancia convertida en distancia. Indiferencia de noches imperfectas. Tantos y tantos suicidios alrededor como bocanadas de volcanes casi muriéndose a los pies de una guerra de vidas atadas y diferentes.

Tantas veces sed que hasta se nos congeló el alma.
Tantas veces hielo y tantas, adiós.
Tantas veces una promesa y tantas, una decepción.

Tan idénticos hasta en la indiferencia,
Hasta las tristezas se parecen tanto
Tú lloras en otoño y yo en invierno.
Y mueres mientras yo muero.
Y olvidas amanecer, como yo olvido primavera.

Tantas veces nos llamaron rocío cuando ahogaba la sequedad de la ternura
O los poemas que jamás llegaron al oído
O simplemente hasta en eso nos parecemos.

MI PROPIA TERNURA II

V


Cada vez que te cuelgas de mi memoria, desordenas hasta el más pequeño rincón de mis suicidios. Cada vez que te escabulles de las tristezas por haberme perdido o de las oscuridades de los espejos, que cuelgan más allá de los tantos escondrijos que tiene esta alma mía, que cuelga de los destinos.

Cada vez que fantasma asomas en mis ojos nebulares me vuelvo a perder embriagado, quizás hasta estúpido parezco, pero, ¡qué puedo hacer! sino morir otra vez  y otra, en la ilusión de acariciarte desde el cansancio mismo hasta el amanecer de mis insomnios. Qué podría prohibir si eres la sal de lágrimas tan enredadas a mis ojos como un tic-tac extraviado en un corazón de nigromante.

Cada vez que me encumbro a tu recuerdo me vuelvo diáspora de pupilas tejiendo pequeños sueños y quijotes al otro lado del mundo. Ciertamente nocturnos. Ciertamente enamorados. Ciertamente cada vez y cada vez.

Y es tan simple. Me basta cerrar los ojos y asomar desnudo en tu desnudez. Me basta empezar a dormir de ausencias y de cuerpos que no alcanzaron a despedirse o de almas que todavía se abrazan fundidas en el último rincón de la palabra ternura. Y es tan simple, que sólo lloro cuando mi memoria ya no alcanza.

Y la vida que vivo cada día, es la muerte que muero cada noche. Y tus besos y tus caricias llegan a ser almohada y respiro. Simplemente cada vez, porque cada vez desaparece esa almohada. Porque cada vez me quedo sin respiro. Ves, que es simple. Me basta abrir los ojos y asomar vestido en una cama desierta, como en esta noche. Como cada vez, amor mío. Perdóname, entonces, porque de nuevo vuelvo a llorar por ese tiempo que se ha ido y que jamás regresará o por esa memoria que ya no me alcanza.

  No te me vengas abajo. No te arrodilles frente al tiempo. Lo has dado todo. Más que sangre. Más que latidos salpicando las orillas de la vida misma. No te parezcas tanto a las lágrimas que viudas se desmoronan con la primera lluvia de los naufragios. Ni siquiera desaparezcas, porque estás viva entre mis venas, mujer de los espacios abiertos, porque te queda un infinito de respiros y de sonrisas de vida que dar.

No te quiero silenciosa, como el más triste de mis poemas. Te quiero vida, mujer, como un parto de estrellas incendiando todas las noches y todas las disculpas alrededor. Te quiero infinita, porque eres estrellada como poemas quemándose a orillas de este universo mío. 

VI


No te me vengas abajo. No te arrodilles frente al tiempo. Lo has dado todo. Más que sangre. Más que latidos salpicando las orillas de la vida misma. No te parezcas tanto a las lágrimas que viudas se desmoronan con la primera lluvia de los naufragios. Ni siquiera desaparezcas, porque estás viva entre mis venas, mujer de los espacios abiertos, porque te queda un infinito de respiros y de sonrisas de vida que dar.

No te quiero silenciosa, como el más triste de mis poemas. Te quiero vida, mujer, como un parto de estrellas incendiando todas las noches y todas las disculpas alrededor. Te quiero infinita, porque eres estrellada como poemas quemándose a orillas de este universo mío y de todos los universos posibles.  

No te me vengas abajo, mujer de cerillas y faros acantilados. No te me caigas en la misericordia de los cuerpos tullidos, sé que podrás sembrar caminos donde ni siquiera existe la tristeza ni aquellos besos ya no podrán embriagarse de distancia ni las estúpidas ausencias que asoman a la mitad de la noche. Sé que podrás encumbrar la tibieza de los silencios y así despertar a los relojes del atardecer y hacerlos parecer un canto al respiro de vidas que sueñan vivir una eternidad.

Y no me olvides, qué tan infame es ese mal de la pésima memoria que te arrastra al olvido, como las espigas que olvidan al viento o la miel que olvida ese dulzor de flores en un inmenso jardín que siempre vive en tus cariños y quizás, en esa pequeña soledad que guardas en tus recetas de cocina o en tus olvidados delantales de profesora.

Sí… Soy yo….¿me recuerdas? Soy el más encumbrado de los subterráneos y el más loco de los molinos tejiendo infinitos, donde sólo hay orillas y pequeños recodos de esperazas. Sí… Ese, el pequeño respiro en tus mejillas o la palabra te amo en tus oídos. Algunos te recuerdan que soy el último recuerdo de tu frágil memoria, el hijo primero del amor primero o quizás el que se despertó a medianoche para sentir tus lágrimas cayendo en la oscuridad de los olvidos…y que ni siquiera recuerdas como lágrimas...

¿Qué haré, entonces, mamá,  si  me olvidas? ¿qué haré si ya no me reconoces o te soy casi un dexconocido?…no te me vengas abajo, señora de la casa grande y señora de cada rincón llamado vida, que los dos, amarrados e infinitos caeremos al mismo olvido, a la misma ausencia, porque me iré contigo.  Porque me iré olvido entre tantos recuerdos, tuyos y míos, como si fuésemos un último desgarro de la palabra melancolía o mejor dicho, como si nos hiciéramos pequeños e invisibles… hasta ni siquiera saber quién fue mi madre y quién fue tu hijo.

VII


Ojalá pudiera detener los relojes. Ojalá.
Ojalá pudiera sonreír, como tú le sonríes a las cosas más increíbles, como le sonríes a los días aunque sean todos tediosos y amargos.
Así eres tú. Así te miro y así te me vas algún día.

Ojalá que pudiera parecerme a un último respiro,
a la despedida que jamás tendrá la palabra ternura.
Y ojalá que cuando me veas deambulando en algún otoño debajo de tus lágrimas
me recuerdes, tanto como para dibujar sonrisas en los péndulos viejos del atardecer.

Ojalá pudiera encender un mil de soles para ti.
Ojalá que de los pocos poemas que me quiten el encierro y desnudos
se asomen en tu piel tan mía hasta en primavera.
Y de entre tanta agonía sentir que estás,
aunque sea por instantes,
aunque sea entre tanto ruido en esta fantasma ciudad.

Ojalá que te acuerdes de los luceros tranvías que iban a cualquier parte,
de las estrellas que daban vuelta hasta en mis bolsillos
o de los besos que se escapaban por miles como una pléyade de vidas buscando vidas, entre el frío y las pequeñas madrugadas que se me venían encima.

Ojalá que todo tu cariño me asesine. Porque de entre tantas muertes y suicidios
me falta morir de amor.
Me hace falta ese oxígeno que viene de tus besos y de tu alma.
Y unas caricias locas  incluso sonámbulas y boquiabiertas
se deslicen memoria abajo como un alud de cuerpos tibios de ganas
y tan satisfechos de sueños e ilusiones.

Ojalá que muera de ese cariño tuyo que se llama ausencia.
Ese cariño tuyo que me alimenta entre tantas palabras y significados.
Entre tantos idiomas y tan escasos silencios.
Ojalá, que cuando llegue el día, la noche haya escapado de los olvidos
y a mitad de la suspicacia, me envuelvas con esa sonrisa tuya que hasta detiene esos relojes míos, 
humanos y tristes
y hasta hagas aparecer mi perdida alegría, aunque sean sólo los últimos respiros
o los primeros de una muerte tan llena de tu cariño.
Así soy yo. Así me miras y así también me iré, algún día. 

VIII

Ya vendrá el cansancio cuando los cirios del universo empiecen a despedirse. Vendrá despacio como un soplo que ni siquiera se niega a extinguirse. Que ni siquiera ya le caen lágrimas como la más dulce lluvia de los respiros, porque ha dejado la umbra de los destinos y ese beso que toda una vida se aguardó. Hay quienes ya no preguntan y hay quienes ya no responden siquiera.

Ya vendrá el silencio de las manos que se niegan a dormir. Vendrá como un sueño tal vez el más sueño de todos. Uno que no tiene bengalas de arco iris sembrado en el horizonte ni menos la geometría de los pájaros bañándose a orillas de los ojos de un primogénito muriendo de pena.

Y vendrá la rabia de las venas. Ese dolor tan infinito como el que cada día trago a medianoche. Esa vida que veo escaparse por las rendijas de la amnesia absoluta. Y también vendrá aquella tormenta y desgarro que desnudará estos relojes que llevo encima como si fuera un niño llorando por el último volantín que se le ha escapado al viento.

Ya vendrá, simple y exacta.

MI PROPIA TERNURA I

I

Hablaré contigo después que se vaya el ruido,
Hablaré después que los pájaros de la noche se acurruquen tibios más allá de los recuerdos y de los amargos deslices de los aromas que quizás todavía empapan los sentidos, como viejos amores o más bien como amores perdidos.

Hablaré con todos los versos que escribí sin saber de ti y que todavía andan salpicando primavera entre inviernos y años que se me han ido demasiado tarde de la memoria.  Hablaré quizás de instantes como pocos los hubo entre susurros y miradas descalzas a mitad de esas noches que ya ni siquiera se quedan a tomar café conmigo cuando me secuestran los insomnios. Y me dejan sobre la proa de mi propia cama.

Hablaré de los instantes, mínimos y eternos, pequeños y sumados, alegres y tan efímeros, como el último beso que regalé cuando ya se me habían ido los labios y las ganas de besar. O cuando callado regresé a las estrellas encumbradas de ternura a sanar eternidades y que tú puedes llamar vida, quizás.

Porque tengo tantas cosas que decirte. Tantas, como almas llevo en mis pequeños poemas de forastero. Porque soy un enamorado del amor y de las distancias tan pequeñas, como para besar a cada momento. Un alguien extraño que se viste de cometas y soles de piel, el más faro entre los faros que alumbran cuando la noche es más noche que nunca o cuando las olas del mar empiezan a salpicar soledad.

Porque el tiempo, a veces, es amigo y, a veces, es el más señero de los miedos. Porque aunque sea lo último que escriba o lo primero que recuerde, porque cuando se vaya el ruido ni siquiera mi voz podrás oír…. hay veces que el silencio dice más de lo que yo pudiera hablar y hay veces que hay más cariño en ese silencio que un océano de lágrimas muriéndose lejos de las mejillas. De mis mejillas, por cierto. Porque sólo hablo de mejillas cuando empiezo a llorar. Y sólo lloro cuando se ha ido el ruido.

II

Mi propia ternura es lo que me queda cuando la noche apaga hasta la luna misma o cuando no te puedo olvidar, quizás...Mi propia ternura es lo que me queda. Lo único que respiro más allá del oxígeno. Y aunque salpique lágrimas como una llovizna de sombras crueles, siempre respiro más y más, llenando hasta el último rincón de mis carnes frías.

Te amo tanto, vida que aún llorando errores o los tragicómicos eventos que se cuelgan de tus ásperos soles y naufragas lunas, seguiré sonriendo como un viento tibio en cada una de tus extrañas geografías. Y donde tu vayas, iré contigo, aunque la soledad no tenga el sabor de siempre. Y la felicidad sea más esquiva que un beso o más distante que una caricia.

Mi propia ternura abre mi alma y las percepciones locas ya no tienen espacio para las estupideces. Esas que siempre crecían debajo de mis osadías. Mi propia ternura es la geografía que destilan mis ojos de astronauta y capitán. Y no pretendo vestirme de oro o de luz. Hasta me gusta ser imperfecto. Ser de las orillas y no del centro. Ser el último y no el primero. Pero ser y sentirme vivo. Sentir más que pulmones llenándose de aire o migajas de soledad almacenadas en los edificios.  

Porque puedo oler donde ya no alcanzan ni narices ni odios.
Puedo mirar donde nace la luz de los amores y de los poemas que danzan una eternidad de caricias y besos alrededor hasta el pulso de los quasares hundidos en lo entrañable de esos universos que escribo y que tú me regalas en cada insomnio. Así logro besarte, sentir que eres mía. Que soy tuyo. Que ni siquiera la palabra tiempo se anida a escondidas entre nosotros, vida.

Sí, vida. Eres esa que me hace caminar tanto para llegar al mismo lugar siempre. Eres esa que me hace perdonar donde a veces hasta yo soy culpable. Esa que me hace llorar con sonrisas y carcajearme con lágrimas. Esa que despierta conmigo y nada me dice, aunque tropiece todo el día. Esa que me embriaga de eternidad sabiendo que jamás me dirá el día que se irá. Esa que me hace respirar más que oxígeno, más que humanidad, más que átomos jugando a evolucionar en medio de tanto mundo.

III

Si quisiera amar ya hubiera amado, ya hubiera pintado todos los miedos que tengo y los que ni siquiera conozco. Ya hubiera enamorado las crueles geografías que siempre están rodeándome, y esperaría el primer amanecer de las libélulas haciendo el amor en mi almohada de insomnios.

Sin quisiera amar ya tendría los labios secos de tanto beso que saldría disparado a tu boca o al menos mis manos jamás pedirían disculpas por sentir tu preciosa geografía. Podría contar infinitas veces los sueños y las ganas de tenerte entre mis brazos aunque sea un efímero halo de ternura atravesando el tragaluz de mis propias ilusiones, aunque dejara que el mismo frío me engañara de nuevo otra eternidad de soledad. Y también así, amándote, podría saciar mi sed de desiertos y esta guerra de ausencias que me regala el destino cada noche.

Creo que duermo atrapado en un amor de imposibles, de imágenes que se irán lo suficiente como para despertar en una lágrima colgada en la suspicacia de los tiempos. Es tan pequeño el amor que pido. Y tan infinito. Si quisiera amar ya sabrías qué mis nubes te acorralarían en lo más alto de las distancias, y en lo más recóndito de las almas nos haríamos uno como uno es el corazón de la existencia misma.

Si quisiera amar tú serías mi amada, porque siempre estás alumbrándome a través de las distancias y de los suspiros que te robo con mis versos. Tú serías la paz de mis universos, la lluvia graciosa y tibia de mi eterna primavera. Serías la huella para que los planetas pudieran hallarme columpiándome en una luna hecha de miel. La miel de tus besos por si me preguntas. Y serías la princesa del viento, de ese viento que me inunda hasta los perjuicios, de ese viento que me sana de aquellos perfumes que acostumbran a despedirse.

Eres la magia de los espejos reflejándome por fin limpio. Eres espacio para un jardín que jamás acabaría y eres poema, de esos que jamás se quedarían quietos, que revolotearían entre ojos enamorados y flores pariendo flores, infinitas flores a quemarropa unas mil vidas si fuera necesario. Porque eres la que siempre está leyendo lo que escribo y nunca dice nada. Porque entre tanto silencio, silencio y silencio, sabe que la amo. Y tampoco digo nada.

IV


Qué le pasó a la sonrisa, me pregunto, que ya ni el sol sonríe ni las escasas flores que todavía permanecen desnudas en la ribera de mis ojos astronautas. Pareciera que no hay sorpresas que mirar ni perfumes a miel manando alrededor que oler. Qué les pasó a tus ojos, me pregunto, que ya no siembran como ayer… dónde se fue esa ternura tan mía y tan tuya. Dónde se quedó la risa y todo ese montón de besos y caricias que hasta las estrellas se hacían piel y respiros en nuestra pequeña habitación de luciérnagas jugando a enamorarse.

¿Por qué hay tanto silencio donde ya hay silencio? ¿Por qué ni siquiera oigo latir los recuerdos..qué sucede…dónde están las alegrías, ese tiempo que ni siquiera fue tiempo…dónde…dónde..

Qué le pasó a tu mano, que ya no puede tomar la mía y qué le pasó a esas noches únicas y nuestras o a esos cuerpos que se fundían en un solo continente de lujuria perfecta. Oh dime qué le pasó a los sueños ya que todos se vienen mejillas abajo oliendo a sal y sudando despedidas. Y que le pasó a mi almohada que hasta insomnios y pesadillas ahora sueña como si fuera mi último cariño.

Dónde están las golondrinas en primavera y dónde están aquellas flores tuyas que lo invadían todo, como si fueran tus besos amarrándose a mis labios. Y dónde están nuestras propias vidas.

Quizás fuimos tan parecidos que nos hicimos diferentes, acaso extraños, simples murmullos hasta desaparecer, hasta el cansancio de soportarnos, hasta el cariño de ser ausentes e idos como un invierno disfrazado de sol enamorado de una primavera que se convirtió en otoño.

Dónde se quedó la sonrisa, vuelvo a preguntar. ¿A mitad del camino o al principio de un cruce de miradas? o simplemente fuimos más viento que el viento mismo y nos volamos tan aprisa que ni siquiera pudimos despedirnos. Porque ni siquiera encuentro la comisura de mis labios, como para sonreírle a ese tiempo nuestro que ahora me dice adiós tal como yo le digo adiós, aunque se lleve mi alma.