V
Cada vez que te cuelgas de mi memoria, desordenas hasta el más pequeño rincón de mis suicidios. Cada vez que te escabulles de las tristezas por haberme perdido o de las oscuridades de los espejos, que cuelgan más allá de los tantos escondrijos que tiene esta alma mía, que cuelga de los destinos.
Cada vez que fantasma asomas en mis ojos nebulares me vuelvo a perder embriagado, quizás hasta estúpido parezco, pero, ¡qué puedo hacer! sino morir otra vez y otra, en la ilusión de acariciarte desde el cansancio mismo hasta el amanecer de mis insomnios. Qué podría prohibir si eres la sal de lágrimas tan enredadas a mis ojos como un tic-tac extraviado en un corazón de nigromante.
Cada vez que me encumbro a tu recuerdo me vuelvo diáspora de pupilas tejiendo pequeños sueños y quijotes al otro lado del mundo. Ciertamente nocturnos. Ciertamente enamorados. Ciertamente cada vez y cada vez.
Y es tan simple. Me basta cerrar los ojos y asomar desnudo en tu desnudez. Me basta empezar a dormir de ausencias y de cuerpos que no alcanzaron a despedirse o de almas que todavía se abrazan fundidas en el último rincón de la palabra ternura. Y es tan simple, que sólo lloro cuando mi memoria ya no alcanza.
Y la vida que vivo cada día, es la muerte que muero cada noche. Y tus besos y tus caricias llegan a ser almohada y respiro. Simplemente cada vez, porque cada vez desaparece esa almohada. Porque cada vez me quedo sin respiro. Ves, que es simple. Me basta abrir los ojos y asomar vestido en una cama desierta, como en esta noche. Como cada vez, amor mío. Perdóname, entonces, porque de nuevo vuelvo a llorar por ese tiempo que se ha ido y que jamás regresará o por esa memoria que ya no me alcanza.
No te me vengas abajo. No te arrodilles frente al tiempo. Lo has dado todo. Más que sangre. Más que latidos salpicando las orillas de la vida misma. No te parezcas tanto a las lágrimas que viudas se desmoronan con la primera lluvia de los naufragios. Ni siquiera desaparezcas, porque estás viva entre mis venas, mujer de los espacios abiertos, porque te queda un infinito de respiros y de sonrisas de vida que dar.
No te quiero silenciosa, como el más triste de mis poemas. Te quiero vida, mujer, como un parto de estrellas incendiando todas las noches y todas las disculpas alrededor. Te quiero infinita, porque eres estrellada como poemas quemándose a orillas de este universo mío.
VI
No te me vengas abajo. No te arrodilles frente al tiempo. Lo has dado todo. Más que sangre. Más que latidos salpicando las orillas de la vida misma. No te parezcas tanto a las lágrimas que viudas se desmoronan con la primera lluvia de los naufragios. Ni siquiera desaparezcas, porque estás viva entre mis venas, mujer de los espacios abiertos, porque te queda un infinito de respiros y de sonrisas de vida que dar.
No te quiero silenciosa, como el más triste de mis poemas. Te quiero vida, mujer, como un parto de estrellas incendiando todas las noches y todas las disculpas alrededor. Te quiero infinita, porque eres estrellada como poemas quemándose a orillas de este universo mío y de todos los universos posibles.
No te me vengas abajo, mujer de cerillas y faros acantilados. No te me caigas en la misericordia de los cuerpos tullidos, sé que podrás sembrar caminos donde ni siquiera existe la tristeza ni aquellos besos ya no podrán embriagarse de distancia ni las estúpidas ausencias que asoman a la mitad de la noche. Sé que podrás encumbrar la tibieza de los silencios y así despertar a los relojes del atardecer y hacerlos parecer un canto al respiro de vidas que sueñan vivir una eternidad.
Y no me olvides, qué tan infame es ese mal de la pésima memoria que te arrastra al olvido, como las espigas que olvidan al viento o la miel que olvida ese dulzor de flores en un inmenso jardín que siempre vive en tus cariños y quizás, en esa pequeña soledad que guardas en tus recetas de cocina o en tus olvidados delantales de profesora.
Sí… Soy yo….¿me recuerdas? Soy el más encumbrado de los subterráneos y el más loco de los molinos tejiendo infinitos, donde sólo hay orillas y pequeños recodos de esperazas. Sí… Ese, el pequeño respiro en tus mejillas o la palabra te amo en tus oídos. Algunos te recuerdan que soy el último recuerdo de tu frágil memoria, el hijo primero del amor primero o quizás el que se despertó a medianoche para sentir tus lágrimas cayendo en la oscuridad de los olvidos…y que ni siquiera recuerdas como lágrimas...
¿Qué haré, entonces, mamá, si me olvidas? ¿qué haré si ya no me reconoces o te soy casi un dexconocido?…no te me vengas abajo, señora de la casa grande y señora de cada rincón llamado vida, que los dos, amarrados e infinitos caeremos al mismo olvido, a la misma ausencia, porque me iré contigo. Porque me iré olvido entre tantos recuerdos, tuyos y míos, como si fuésemos un último desgarro de la palabra melancolía o mejor dicho, como si nos hiciéramos pequeños e invisibles… hasta ni siquiera saber quién fue mi madre y quién fue tu hijo.
VII
Ojalá pudiera detener los relojes. Ojalá.
Ojalá pudiera sonreír, como tú le sonríes a las cosas más increíbles, como le sonríes a los días aunque sean todos tediosos y amargos.
Así eres tú. Así te miro y así te me vas algún día.
Ojalá que pudiera parecerme a un último respiro,
a la despedida que jamás tendrá la palabra ternura.
Y ojalá que cuando me veas deambulando en algún otoño debajo de tus lágrimas
me recuerdes, tanto como para dibujar sonrisas en los péndulos viejos del atardecer.
Ojalá pudiera encender un mil de soles para ti.
Ojalá que de los pocos poemas que me quiten el encierro y desnudos
se asomen en tu piel tan mía hasta en primavera.
Y de entre tanta agonía sentir que estás,
aunque sea por instantes,
aunque sea entre tanto ruido en esta fantasma ciudad.
Ojalá que te acuerdes de los luceros tranvías que iban a cualquier parte,
de las estrellas que daban vuelta hasta en mis bolsillos
o de los besos que se escapaban por miles como una pléyade de vidas buscando vidas, entre el frío y las pequeñas madrugadas que se me venían encima.
Ojalá que todo tu cariño me asesine. Porque de entre tantas muertes y suicidios
me falta morir de amor.
Me hace falta ese oxígeno que viene de tus besos y de tu alma.
Y unas caricias locas incluso sonámbulas y boquiabiertas
se deslicen memoria abajo como un alud de cuerpos tibios de ganas
y tan satisfechos de sueños e ilusiones.
Ojalá que muera de ese cariño tuyo que se llama ausencia.
Ese cariño tuyo que me alimenta entre tantas palabras y significados.
Entre tantos idiomas y tan escasos silencios.
Ojalá, que cuando llegue el día, la noche haya escapado de los olvidos
y a mitad de la suspicacia, me envuelvas con esa sonrisa tuya que hasta detiene esos relojes míos,
humanos y tristes
y hasta hagas aparecer mi perdida alegría, aunque sean sólo los últimos respiros
o los primeros de una muerte tan llena de tu cariño.
Así soy yo. Así me miras y así también me iré, algún día.
VIII
Ya vendrá el cansancio cuando los cirios del universo empiecen a despedirse. Vendrá despacio como un soplo que ni siquiera se niega a extinguirse. Que ni siquiera ya le caen lágrimas como la más dulce lluvia de los respiros, porque ha dejado la umbra de los destinos y ese beso que toda una vida se aguardó. Hay quienes ya no preguntan y hay quienes ya no responden siquiera.
Ya vendrá el silencio de las manos que se niegan a dormir. Vendrá como un sueño tal vez el más sueño de todos. Uno que no tiene bengalas de arco iris sembrado en el horizonte ni menos la geometría de los pájaros bañándose a orillas de los ojos de un primogénito muriendo de pena.
Y vendrá la rabia de las venas. Ese dolor tan infinito como el que cada día trago a medianoche. Esa vida que veo escaparse por las rendijas de la amnesia absoluta. Y también vendrá aquella tormenta y desgarro que desnudará estos relojes que llevo encima como si fuera un niño llorando por el último volantín que se le ha escapado al viento.
Ya vendrá, simple y exacta.